SENTIMIENTO Y TRABAJADERA: LOS COSTALEROS DE NUESTRA TERTULIA. PARTE (II). Pedro Guillén.


Después de veintiún años participando en mi Estación de Penitencia cada Jueves Santo, tocando uno de los instrumentos típicos de la Semana Santa aragonesa, el bombo, acompañando a mis sagrados Titulares, algo cambió mi forma de plantearme mi participación en los actos penitenciales de nuestra Semana Mayor e hizo que colgara las mazas para adoptar el costal y el cirio.


Foto: Virginia Jardiel


Ya tuve la oportunidad en su día de portar al Stmo. Cristo Atado a la Columna a hombros, pero un acto tan especial como fue la conmemoración del rescate, durante los sitios de Zaragoza, del Cristo de la Cama y poder portarlo, también a hombros, provocó en mí un sin fin de emociones y replantearme mi vida cofrade. Desde muy pequeño, quizá con tres o cuatro años, al salir del colegio, edificio contiguo a la sede donde  está entronizado este Cristo, me recogía mi madre y acudíamos a venerarlo.

Este hecho, me provocó una revolución interior, como no pensaba que pudiera ocurrir en alguien que siempre ha defendido y defiende los usos y costumbres de su tierra pero que comparte y admira los de otros lugares. Desde ese momento mi esquema de cómo era un Procesión cambió radicalmente.

Aunque sea un gran devoto de mis Titulares, tengo gran cariño y devoción al Cristo de la Cama, al Stmo. Ecce Homo, al Nazareno y a Mª. Stma. del Dulce Nombre, Palio portado por costaleros, entre otros.

En un momento dado, las palabras de mis amigos Javi y Domingo, de Javier y de otros hermanos, unos de la Hermandad de la Humildad, otros costaleros y algún capataz me animan a probar lo que es el mundo del costal y a portar una de mis imágenes más queridas.

Después de contactar con Carlos, el capataz del Palio, para comunicarle mi intención de participar como costalero en la Estación de Penitencia, todo discurrió con mucha rapidez, casi no puedes saborearlo: reunión, igualá, primer ensayo y… ya llegó, el Domingo de Ramos. Cambié el tercerol por el costal, las mazas por la faja, la cuerda de cáñamo por la zapatilla de esparto. Evolucioné hacia otra manera de vivir mi religiosidad y para poder hacerlo tuve que adoptar un oficio de hace cuatro siglos, dichosa paradoja.



Foto: Virginia Jardiel


El poder portar a María en la tierra donde se apareció en carne mortal, os puedo asegurar que es una sensación imposible de describir. La experiencia de costalero en sí misma es muy difícil de explicar, es un torbellino de sensaciones, cansancio, sudor, el poco espacio, es como una galera que aceptas voluntariamente, porque el fin, es que María acompañe a Su Hijo, y lo demás no importa.

La trabajadera es a la vez comunión y soledad. Comunión con tus compañeros de palo, compartes momentos de alegría, de apoyo, de cansancio, de emoción, mientras las trabajaderas crujen y el peso cae por derecho. También momentos de soledad que ayudan a la reflexión, a interiorizar en nuestro “yo” católico y cofrade.

Ahora recuerdo y entiendo las palabras de aquellos costaleros que me decían, respondiendo a mi curiosidad como cofrade, que el trabajo del costalero solo se entiende cuando estás ahí abajo, pendiente del martillo de tu capataz, para levantar al cielo a la Madre del Redentor.

Por todo esto, es como una llamada imposible de rechazar, y que sólo el impedimento físico puede evitar. Bendita locura esta del costal, no se imaginaban aquellos primeros costaleros del Corpus que el devenir de los siglos iba a afianzar su trabajo y dar tanto realce y esplendor a las Procesiones, especialmente en Semana Santa.


Pedro Guillén