SANTO ÁNGEL DE SEVILLA. Pepe Lasala.

Corrían los últimos meses del año. Las hojas del calendario, se arremolinaban sobre el asfalto jugueteando con aquellas que caían de los árboles para dar fe de la etapa otoñal. Mientras tanto, Sevilla amanecía soleada y alegre, dejando recuerdos y últimos coletazos de un tiempo pasado estival. El centro de la ciudad se presentaba con su agitación cotidiana, y el sonido producido por la apertura de los comercios, se aderezaba con el caminar del gentío que acudía a sus labores diarias.

En medio de todo este alboroto sinfónico y matutino estabas tú, Iglesia del Santo Angel, abriendo tus puertas a fieles y devotos que, con amor y devoción, realizaban su particular itinerario por las diversas capillas dirigiendo sus gracias y peticiones a las Imágenes que en tus brazos se veneran.

Tal y como reza una de las mejores sevillanas de María del Monte… “iba yo de peregrino y me cogiste de la mano”…, me paseaste por tu interior para mostrarme entre otros al Sagrado Corazón, a la Virgen del Carmen, la del Pilar, a María Inmaculada, al Cristo de los Desamparados, a San Expedito, San Antonio, Santa Teresa, San Juan de la Cruz y a ese Niño Jesús que, según me susurraste al oído, mimas con especial cariño.

En aquel momento, sabías lo que yo estaba pensando, y como me conoces ya de algunos años, guiñándome un ojo me hablaste de cofradías, contándome que en tu seno acogiste a la Hermandad del Valle, que ahora tiene su casa muy cerquita de ti, en la Iglesia de la Anunciación; así como a la Hermandad de la Lanzada, actualmente en San Martín. Con ilusión en tus ojos y una bonita sonrisa me hablabas de la que a día de hoy es tu hermandad, la que te da luz y vida, la Archicofradía de Nuestra Señora del Carmen, Milagroso Niño Jesús de Praga, Esclavitud del Señor San José y Santa Teresa de Jesús; y por supuesto, de la orden religiosa que con tanto cariño te cuida, la de los Carmelitas Descalzos.

Pasaste tiempos difíciles que ahora me narras de forma cuasi anecdótica, pues fuiste utilizada como cuartel de las tropas francesas hace ya unos doscientos años, pero eso es algo que, como tú y yo sabemos, ya es historia.


El tiempo ha pasado volando y tengo que marcharme; es un momento éste que siempre me provoca un nudo en la garganta, pues cuando me despido de ti, lo hago también de Sevilla, ya que por cercanía, eres lo primero y lo último que veo cuando me alojo en la ciudad. Así que, llevándome los dedos a mis labios, y ungiéndolos en tu Pila de agua bendita, te dedicaré mi mejor beso y nos despediremos hasta la próxima, si Dios quiere.