EL CIELO LLORÓ EN ZARAGOZA. Maite Cebollada.

              Era Miércoles Santo, las 9 y media, los cofrades de la Hermandad estábamos ya nerviosos dentro de San Cayetano, se abrieron las puertas y empezamos a salir a la calle, como  siempre lentamente, con respeto, y en un conmovedor silencio del que sólo surge el sonido acompasado de los tambores, tocando para Ella. Siempre me sobrecoge el discurrir de nuestra Hermandad por las calles de Zaragoza, todos de negro y plata, llevando a Nuestra Madre Dolorosa hacia el Encuentro con su Hijo Camino del Calvario en la plaza del Pilar, tanto dolor se agolpa en ese corazón de Madre que, mientras caminamos marcados por nuestras marchas lentas de tambor, parece que ralentizamos el paso para que ese momento no llegue nunca, ese terrible momento en el que Ella encuentra a su Hijo doblado ante esa pesada Cruz.



              Este año para mi era un año especial, era mi último año dentro de la sección de tambores. Ya pesan mucho 20 años de timbal tocando para mi Virgen, tocaba ya ver la procesión de otra manera, desde otra perspectiva. Para los que no sois de Zaragoza, quizá esto sea difícil de entender, pero para uno de aquí la Oración que se vive tras un instrumento durante la procesión es diferente, el sacrificio de tantos ensayos, de tantos preparativos  de lucir esas marchas en la calle, de una marcha bien tocada, de  una marcha bien acompasada, es  una sensación reconfortante.






Por eso, este año más que nunca, iba atenta a las marchas disfrutando el momento, y de repente, contra todo pronóstico, el cielo se abrió y empezó a llover sobre nosotros, una lluvia fuerte que en 20 minutos nos calo hasta los huesos. Gracias a Dios, se pudo cubrir la Imagen y no sufrió ningún desperfecto, y pudimos meternos en La Catedral del Salvador. Ella nunca había estado allí, el entorno era privilegiado La Dolorosa entraba en la Catedral. Era un imagen diferente, un montón de cofrades deambulando por las naves de la Catedral empapados en agua, con los terciopelos de sus terceroles escurriendo gotas, los instrumentos abandonados todos en una esquina, jóvenes llorando por la frustración de una procesión inacabada, abrazos  de hermanos que repetían otro año mas sin terminar, y de repente, Ella entro por la puerta y todo quedó en silencio, un silencio que se podía cortar, un montón de “chipiadas cabezas” se volvieron hacia Ella, retiraron el plástico que le cubría y allí apareció radiante y sonriente como diciendo: “no os preocupéis estoy bien”, era como si nos dijera , al menos a mi, que había tanto dolor en su corazón que no podía volver a ver a su Hijo en esa tesitura, no podía soportar otro encuentro doloroso, que prefería descansar en La Catedral, Él lo entendería.  Por eso sonreía, por eso esos ojos cubiertos de lágrimas nos miraban a todos como diciéndonos: “¿No os dais cuenta de que vosotros sois Él?; acompañadme en este descanso y mañana iremos a buscarlo.”




Así fue, al día siguiente  a primera hora de la mañana, acompañados por un silencio emocionado y sobrecogedor, unos 100 hermanos, acompañamos a nuestra Virgen sin tambores, sin casi gente en las calles, “en familia”. Sobrecogía ver a los empleados de la limpieza quitarse sus gorras al paso de la comitiva, fue un traslado corto pero ¡tan bonito!… Sólo Ella y nosotros , sin pompas ni boatos, sólo los cercanos.
Y como Ella esperaba, cuando llegamos a la puerta de San Cayetano allí estaba Él bajo su Cruz, esperándola como todos los años.

Cuando ya nos íbamos de la Iglesia, me volví a mirarla y comprendí esa sonrisa que me estaba diciendo : “A partir de hoy así van a ser todas tus procesiones, ya no hay mas instrumento, vamos a disfrutar del silencio entre tú y Yo de camino hacia el Calvario”.