Mientras tanto, el sumo sacerdote interrogaba a Jesús acerca de sus discípulos y de su enseñanza.
—Yo he hablado abiertamente al mundo —respondió Jesús—. Siempre he enseñado en las sinagogas o en el Templo, donde se congregan todos los judíos. En secreto no he dicho nada. ¿Por qué me interrogas a mí? ¡Interroga a los que me han oído hablar! Ellos deben saber lo que dije.
Apenas dijo esto, uno de los guardias que estaba allí cerca le dio una bofetada y le dijo:
—¿Así contestas al sumo sacerdote?
—Si he dicho algo malo —respondió Jesús—, demuéstramelo. Pero si lo que dije es correcto, ¿por qué me pegas?
Entonces Anás lo envió, todavía atado, a Caifás, el sumo sacerdote.