Hoy en nuestra Tertulia,
antes de comenzar con la entrada correspondiente, queremos comentar con todos
vosotros un par de cuestiones, así que vamos allá.
En primer lugar, deciros que
en estos días se cumplen tres años del nacimiento de este blog. Desde el año
2.010, os habéis ido acercando a esta casa cofrade para brindarnos una amistad
y un cariño incondicional, para regalarnos siempre vuestras mejores palabras, y
para participar con nosotros desde el corazón en todas nuestras ilusiones y
nuestros proyectos. Por ello, todos y cada uno de los miembros que componemos la Tertulia Cofrade
Cruz Arbórea, queremos daros las gracias, pues sin vosotros esta “bendita
locura” no sería posible.
Por otro lado, os informaros
que el próximo fin de semana se celebra la festividad en honor a la Virgen del Pilar, y como
estaremos participando en los diferentes actos que se organizan, no habrá
entrada en el blog. En cualquier caso, y si Dios quiere, volveremos el fin de
semana del 19 con un reportaje gráfico en el que os mostraremos el ambiente de
estos días tan grandes.
Y ahora ya, vamos con la
entrada de hoy.
Es habitual en esta sección,
que citemos algún pasaje evangélico y lo relacionemos con la Hermandad que lo
representa dentro de la Semana Santa.
Pero esta vez, no va a ser así…, no. Y es que en muchas ocasiones, tan sólo una
mirada, aun con los ojos cerrados, puede transmitir perfectamente la Palabra de
Dios.
Así sucedió aquel día en
Sevilla, recuerdo perfectamente la fecha, 7 de Diciembre de 2.012. Un grupo de
tertulianos nos dirigíamos hacia la
Iglesia del Salvador, pues allí permanecen expuestas al Culto
varias Imágenes de las que procesionan en la Semana Santa
hispalense. Algunos no las conocían, así que prestos y dispuestos, entramos en
el Templo para mostrárselas. Se encontraba en Besamanos la Virgen del Socorro, y en
sus respectivas capillas el Señor de la Sagrada Entrada en
Jerusalén, Jesús de la Pasión ,
la Virgen de la Merced y, -ahí quiero
llegar-, el Crucificado del Amor. Sus ojos permanecían cerrados, su cabeza
ladeada hacia la derecha, y esas cinco llagas que aún parecían tiernas, se presentaban
teñidas de un intenso tono carmesí. A sus pies, un pelícano alimentaba a sus
retoños con el jugo que extraía cuando se picaba su propio pecho, todo un
símbolo de amor. Algo muy especial ocurrió en ese momento, cuando alguien del
grupo se quedó contemplándolo, recibiendo la paz y la serenidad que transmite
el rostro del Cristo del Amor, observando como aun con los ojos cerrados, nos
miraba provocándonos que mantuviésemos viva la llama de la Fe. En aquel instante…, su
Madre, la Virgen
del Socorro, nos tendió la mano para besarla.
Pasados unos meses, el
invierno regaló su testigo a la primavera, llegó la Semana Santa y retorné
a la Iglesia
del Salvador, donde me encontré de nuevo con el Cristo del Amor y la Virgen del Socorro. Estaban
ya dispuestos en sus respectivos Pasos, preparados para anunciar el Evangelio
por las calles de Sevilla, para recibir esas oraciones de sus devotos que, en
forma de clavel les lanzan en la anochecida, preparados para entregar esa luz
que de manera fulminante renueva el alma y endulza el corazón. Me acerqué hasta
Ellos, me arrodillé, recé, observé, sentí y percibí… el sentimiento de aquel
buen amigo cuando estuvo allí por primera vez… la mirada del AMOR.