(Si subes el volumen de tu altavoz lo
disfrutarás dos veces)
Saludos
a todos los amigos que siguen nuestro blog, y como no iba a ser menos a los
tertulianos.
Soy
Alex, uno de los componentes de este grupo de enamorados de la Pasión de Nuestro
Señor, hermano de la Cofradía de Nuestra Señora de la Piedad y del Santo
Sepulcro de Zaragoza.
Soy
uno de los muchos jóvenes zaragozanos, que al acabar la Navidad comienzo con
ansia e ilusión la preparación de la semana, de mi semana, de nuestra semana;
la semana para muchos que más añoramos y deseamos a lo largo del año, semana
que es fruto de ensayos, frío, nervios, tiempo y sobre todo ilusión.
Soy
uno de los jóvenes cuyos sentimientos cambian al llegar la primavera, al llegar
ese olor a incienso, al llegar esa semana llena de magia…
Cuando
uno quiere hacerse a la idea de que el deseo se hace realidad, ya está en
Domingo de Ramos, y es entonces cuando empieza el sueño, el sueño de ver andar
al Señor de la Humildad por el barrio de Magdalena a los sones de “Madre”, de
sentir la chicotá del Dulce Nombre mientras escuchas “Caridad del
Guadalquivir”, de notar la devoción de todo un barrio por su Nazareno…
Llega
el Lunes Santo, momento en el que mi corazón se desplaza muchos kilómetros al
sur, donde mi moreno de San Gonzalo anda con su izquierdo repartiendo soberanía
por una Sevilla impregnada de azahar…
El
martes se produce una fusión entre nervios e ilusión que me envuelve desde
pequeño, pues es día de traslado, traslado del Cristo del Refugio a nuestra
casa, acto que este año conmemora su 75 aniversario y que como todos los años,
pone fin con el encuentro de Cristo con Nuestra Madre, con Nuestra Señora de la
Piedad, momento emotivo que sin duda marca esa noche de Martes Santo…
En
casa el Miércoles Santo es un día intenso, importante, pues una de las personas
por la que mi vida es posible, la persona que más valores cristianos y fe me ha
inculcado y que me acompaña día a día con mis penurias y éxitos, hace realidad
su sueño al ponerse el sol. Mi madre, pertenece a la Hermandad de San Joaquín y
de la Virgen de los Dolores. El miércoles pues, es su día grande, la noche del
Miércoles Santo en Zaragoza fue una noche ideal, especial y muy emotiva, fue
una noche de amor de una madre por su hijo, una noche de reencuentro entre un
Jesús Nazareno, agonizado por la carga a cuestas de un pesado madero y nuestra
Virgen María, madre con siete puñales clavados y cinco lagrimas de dolor y
agonía, bajo un marco idílico como es una Plaza del Pilar encapotada por las
estrellas de una fría noche zaragozana.
Jueves
Santo, día de procesiones, día de recuerdo, de tradición, de hermandad, de
amistad, de reunión, de interiorización, de guardias en San Cayetano, de mesas
petitorias en el Pilar, de nervios, de poco descanso, día intenso, día
importante, día de felicidad y sobre todo día especial entre un padre y un hijo
que a parte de muchos otros vínculos, comparten el amor y la devoción infinita
a la Virgen de la Piedad.
El
día transcurre con normalidad; las horas se van cayendo; de la Exaltación al
Descendimiento, pasando por la Crucifixión; la luz va disminuyendo y con ello
los nervios afloran en todos mis sentidos, cada vez aquella hora mágica está
más cerca, el momento más esperado del año se aproxima sin pedir permiso y la
luna, aquella primera luna llena de primavera hace acto de presencia sin
avisar.
Las
00:00 horas; Zaragoza exhala una bocanada de aire, la noche está en calma, una
frase es pensada por cientos y miles de incondicionales, fieles a Ella, a su
mirada, a su dolor, a su pena, a su piedad. “La Piedad está en la calle”, al
escuchar aquella frase mi mundo se paraliza y se congela, mi sueño y el de 1.290
hermanos más se hace realidad, el piquete anuncia la salida de nuestro guión
que "bailotea" con un cierzo limpio y puro, el Cristo del Refugio es
mecido por sus portadores y ella, nuestra Virgen, nuestra Señora, nuestra
Madre, sale de su casa con el toque de nuestra sección de instrumentos, con un
toque que representa todos los meses de ensayos, frío, nervios, tiempo y sobre
todo ilusión. Una vez fuera del vulgo de San Cayetano, comienza a andar, a desfilar la caridad, de la
mano de nuestra Virgen y su Hijo muerto en su regazo, esa caridad que nuestra
cofradía lleva por bandera dirección San Nicolás, en el corazón del Boterón. Una
vez terminada la procesión, la igualdad y monotonía de los capirotes se rompe,
y es entonces cuando se refleja todo, es entonces cuando se refleja la
hermandad entre los cofrades de esta gran familia.
Al
finalizar, es momento de llegar a casa y volver a trasladar sentimientos a la
majestuosa madrugá sevillana, donde
un Jesús gitano y sentenciado, cae tres veces hasta llegar al calvario, allí
morirá para al día siguiente expirar, y todo esto con la Esperanza Macarena y Trianera,
de su Santa Madre.
El
viernes en Zaragoza es un día diferente y sobrio, un día donde veinticuatro
hermandades y cofradías somos protagonistas, donde todos aportamos nuestro
granito de arena a esta ancestral procesión, pero por encima de nosotros hay un
Cristo con historia, que da identidad a una Zaragoza inmortal, me refiero al
Santísimo Cristo de la Cama. Dicho Cristo es llevado por los hermanos de la Cama
y recorre el centro de la ciudad presidiendo así el Santo Entierro. Para muchos
una procesión dura, que da lugar a momentos exigentes, para otros el final de
esta bendita semana, para mí una mezcla entre felicidad, alegría, orgullo,
angustia y sobre todo duelo. Primero recogerá la Resurrección, después la
Entrada, a continuación la Eucaristía y así hasta la Sangre Cristo que cerrará
el recorrido procesional.
Al
tercer día él resucitó, nos salvó, nos dio la oportunidad de vivir. Con su
resurrección ponemos fin a la Semana Santa, ponemos fin a esta locura, a esta semana
alimentada, vivida y disfrutada por miles de locos, enamorados y cofrades que cargan
kilos en la cerviz, en el hombro…; Cofrades que con su redoble hacen oración;
cofrades que se ponen sayones y se tapan la cara…
Todo
esto para dar testimonio de fe y recordar la historia más bella jamás contada
por la humanidad.