SENTIMIENTO Y TRABAJADERA: LOS COSTALEROS DE NUESTRA TERTULIA. PARTE (I). Domingo Figueras.

Me pides un escrito sobre el sentimiento costalero y no es fácil.

Empezaré diciéndote por qué me animé a “estar debajo”; fue una conversación con un gran amigo y cofrade sobre la “costalería” en Zaragoza, y le dije que a mí me gustaría probar, sentir, conocer, etc. Ese gran amigo, Juan de Padura, falleció y yo se lo debía.

Tras dejar los cargos en mi Hermandad y encontrarme un poco mas libre, decidí para el invierno de 2.006, presentarme a la igualá de la cuadrilla de costaleros del palio de La Virgen del Dulce Nombre, de la Cofradía de La Humildad.

Fui recibido como uno mas, nuevo pero no extraño, tenía muchos amigos y hermanos en las trabajaderas que me animaban y me enseñaban; y qué decir de los Capataces Carlos y Manuel, los contraguías Armando y Enrique y de todo el mundo en general.

Conocí y sentí momentos de camaradería en los ensayos que no había vivido en otras actividades cofrades; momentos duros cuando el Paso “cae” y sacas fuerzas en común con todos para seguir.

Mi primera Estación de Penitencia fue como un guante; la ilusión, las fuerzas de mi amigo Juan, y el ser los pies de la Señora del Dulce Nombre por sus calles de La Magdalena, me hicieron nada mas acabar, decir que no sería sólo un año.





En este primer año, aparte de la entrada en la Catedral de La Seo, una grata sorpresa preparada por mi mujer Maite, me dio fuerzas para acabar.
Cuando en un relevo dejé la trabajadera para ver la Ofrenda que hacía la Dolorosa, cuál fue mi sorpresa que los oferentes eran Daniel y Beatriz, mis hijos, vestidos de hábito y con un precioso ramo de flores para la Virgen.

He estado tan solo cuatro años emocionándome debajo de las trabajaderas. El dolor, la alegría, el sudor y el apoyo que he sentido cada ensayo, cada reunión, cada igualá, cada Estación de Penitencia, me confundían y me impedían distinguir entre la devo­ción y la afición. Pero esta claro: es DEVOCION Y AMOR.

Tras muchas y diferentes vivencias cercanas al máximo nivel cofrade de Zaragoza, descubrí el sentido de la Semana Santa y el de ser costalero a los treinta y nueve años, bajo el paso de palio de una de las Imágenes de mi devoción, y en ese mismo momento prometí que mientras pudiera, me pondría el costal y la faja de penitencia cada invierno en los ensayos, par llegar con fuerza a ese Domingo de primavera donde las calles zaragozanas esperaban a “la Morena de La Magdalena”.

He pasado por varios puestos en las trabajaderas, han sido muchas las horas de entradas y salidas, de “pasitos cortos” y mecidas, de sufrimiento y devoción, "donde se da todo a cambio de nada"; bueno, a cambio de ser los pies de Ella por las calles de Zaragoza, y a cambio de su Perdón, de su Cariño.

A través de los respiraderos el ambiente se ha intuido en la voz del capataz, al golpe del martillo las respiraciones se han contado por segundos, el reducido espacio físico ha reforzado siempre el compañerismo, ha dado tiempo a pensar en todo, a llorar, a reír y a compartir con el resto de mis hermanos de cuadrilla tanto lo bueno como lo malo de ese año. La vivencia de un costalero es totalmente diferente a la de un nazareno, sea cual fuere su sitio en el desfile procesional. A mis cuarenta y tres años, uno de los mayores orgullos de mi vida es el haber sido costalero, y no presumo de tener anchas espaldas y brazos fuertes, sino de sentir profundamente el espíri­tu de la Semana Santa desde los diez años y el de sentir una devoción Mariana que me llevó a la cuadrilla de Nuestra Señora del Dulce Nombre

Hace dos años, por motivos físicos ya sabía que no podría estar mucho más tiempo. En 2.009 las fuerzas me las dio mi padre, que desde el Cielo esperaba una levantá de mi Virgen, para fundirnos en un abrazo y ya en 2.010 tuve que cumplir una promesa que hice, y qui­siera no haber cumplido nunca, "cuando no pueda resistir una levantá a pulso y una Estación de penitencia completa” dejaré la trabajadera.

Qué suerte si seguís siendo costaleros, y podéis estar bajo sus trabajaderas, por que cada chicota tiene una recompen­sa. Aunque el premio final está en Ella, en salir y verla sonriendo, sabiendo que haces todo lo posible por llevarla tras su Hijo, al cuál, igual que a tí quiere calmar el dolor y no verte sufrir.

Y acabo diciendo: “si desde luego quieres saber lo que se siente siendo costalero, tienes que meterte debajo y ayudar al costero”.

Domingo.