Cada Viernes Santo, al
anochecer, Sevilla transforma sus calles más céntricas en un lugar llamado
Gólgota. La Pontificia , Real, Ilustre, Antigua y Primitiva
Hermandad de Nuestra Señora del Rosario y Cofradía de Nazarenos del Santísimo
Cristo de la Conversión 
del Buen Ladrón y Nuestra Señora de Montserrat, conocida popularmente como la Hermandad  de Montserrat,
pone en escena tres cruces sobre un monte clavadas. Allí, mientras pies y manos
sufren el efecto de aquellos desalmados clavos, una sacra conversación fluye entre
el Redentor y dos reos a muerte. Uno de ellos, Gestas, recrimina e insulta al
Salvador; Dimas, el buen ladrón, da fe de la injusticia que se está cometiendo
con Jesús. El Maestro, volviendo su mirada hacia aquel, pronuncia su segunda
palabra: “En verdad te digo, hoy estarás
conmigo en el Paraíso”. María Magdalena, arrodillada a sus pies, es testigo
del momento.
Va pasando la Cofradía , y entre cirios
y nazarenos llega la Santa  Mujer 
Verónica. En un paño que sostiene entre sus manos, nos muestra impregnado el
verdadero rostro del Hijo de Dios. A lo lejos, la Virtud  Teologal  de la Fe  aparece representada por
otra mujer, esa “Fe ciega” que, con los ojos vendados, no necesita ver para
creer. 
Tras la oscuridad de la
noche, un resplandor se aprecia a lo lejos. Es María, la Madre  de Jesús en su Dolor,
aquella a quien bajo la advocación de Nuestra Señora de Montserrat, comenzaron
a rendir culto en Sevilla entre los siglos XV y XVI hombres y mujeres
procedentes de tierras catalanas que se afincaron en la ciudad del Guadalquivir
para ejercer el comercio con América, llevando la devoción a la Virgen  de Montserrat desde
Cataluña hasta Andalucía. Una bonita forma de unir a dos regiones: mediante el
amor a María.