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El capítulo de Hermanos Receptores, de la Hermandad de la Sangre de Cristo, aprobó que se fabricaran las nuevas medallas para cada uno de los Hermanos, ya que las que portaban en la actualidad, no eran completamente iguales. Con el paso de los años se habían confeccionado en distintas épocas, no siendo iguales los tonos de su esmalte. Se decidió fabricar todas nuevas, iguales y numeradas del uno al cincuenta. Lo que nunca pensaron los Hermanos, es que esta decisión pudiera crear historias como la que a continuación se cuenta…
Abrió la cajita forrada en su interior de fieltro blanco, él la extrajo con su mano derecha, la observó durante un momento… le dio la vuelta y la colocó con mimo nuevamente en la cajita. La cerró y la introdujo en su bolsillo, una vez en la oscuridad del interior, ella pensó que por primera vez había conocido a un amigo. Aquella sonrisa, aquellos ojos grandes que la habían mirado con cierta expresión de complicidad, a partir de entonces compartirían grandes momentos.
Tras un corto viaje, llegaron a casa.
Por segunda vez la cajita se abrió y allí estaba, él.
la cogió y con cuidado le colocó en su anilla, un cordón morado, rematado con hilo de oro. a ella le resultó un tanto sobrio, ya que durante unos días convivió en un cajón junto a unas condecoraciones militares, las cuales le provocaban cierta envidia, aquello no tenía el colorido de sus cintas y pasadores, pero la verdad es que bien mirado, aquel cordón le quedaba perfecto. Él, la depositó en una vitrina y cerró la puerta de cristal, tras unos instantes se oyeron unos pasos alejándose de la habitación…
-¡Eh, tú! ¿Tú eres, “ LA NUEVA” ? -¿Quién… yo?
-Por supuesto, ¿Quién, si no?
-Sí, creo que sí… Nunca había estado aquí, así que debo ser yo.
-¿Vas a jugar, en algún equipo?
-Que yo sepa, no. ¿Por?
-Lo decía, por que como tienes un número en la espalda.
-Sí, me lo pusieron al fabricarme, ¿Tú, no lo tienes?
-¡Pues, no! ni falta me hace y más ahora que me he jubilado.
-Perdona, no te quería molestar.
-Bueno, bueno. Que sepas, ¡Que la veterana soy yo!
-Vale, no te ofendas.
-Él, ya me dijo que ibas a venir, pero no te esperaba tan pronto. Esto tarde o temprano tenía que ocurrir.
-No se, a mí nadie me ha explicado nada.
-¿Para que te crees, que estoy aquí? ¿Para acumular polvo y que los Sábados me
pasen el plumero? Te voy a explicar todo lo que sé y te ayudaré en lo que pueda. ¡Vamos! lo que siempre nos toca hacer, a los mayores.
-Gracias. Me tranquiliza saberlo. Por cierto, ¿Quién soy?
-Nosotras, somos medallas de la “ Hermandad de la Sangre de Cristo.” Él, es el Hno. al que hemos sido asignadas. -¿Tú llevas mucho tiempo con Él ?
-La verdad, es que he perdido la cuenta, ésta memoria mía, me mata. Anteriormente estuve muchos años con otro Hno. hasta que un día fue, “ EL PRIMERO DE LOS PRESENTES ”.
-¿Cómo?
-Nada, nada. Cosas mías. Bueno, cómo te contaba, estuve un tiempo guardada en un cajón y un buen día me sacaron y me colgaron en el cuello de éste Hno. Luego, me vine a vivir con Él. ¿Tú has estado ya, colgada de su cuello?
-No. Todavía, no.
-No sabes, lo que te pierdes. Algunas veces se está muy tranquila reposando sobre su pecho, sintiendo las cosquillas del terciopelo del hábito. Aunque, otras se pasa un frío, que pela. Espero que no te marees.
-¿Por qué, lo dices?
-por que hay años que durante la procesión, Él, va de aquí para allá y tú, te balancearás de un lado a otro sin cesar. Con el tiempo te acostumbrarás.
-Parece divertido.
-Eso, sí. Pero no te creas que todo es pasear. Los Hnos. de vez en cuando, entran de guardia y entonces tú irás con Él y …
Se quedaron hablando en el interior de su vitrina. La veterana instruyó sobre todo lo necesario a la recién llegada; Una vez al mes, salía de casa y veía a sus hermanas en una misa. Cuando finalizó los Hermanos se colocaron delante de una capilla, en la que había un Sr. en una cama, parecía dormido, pero estaba muy triste, su rostro reflejaba dolor y pena, pero a la vez trasmitía una gran sensación de paz. Junto con los Hermanos un sacerdote rezaba por muchas cosas, incluso por “ EL PRIMERO QUE FALLEZCA DE LOS PRESENTES”. Ella comprendió lo que le había sucedido al anterior Hno. de su veterana compañera.
Fue pasando el tiempo…
Llegó el día en el que el Hermano entró de guardia, fue una semana dura, con bastantes servicios. Ella pegada al pecho de su amigo, muy cerquita de su corazón, se dio cuenta de cómo a Él, le dolía lo que juntos aquellos días vivían, algunas veces la cogía con su mano y la apretaba como si le quisiera decir algo. Ella poco a poco, lo fue superando con la ayuda de su hermana veterana.
Un día, Él, entró en la habitación. Frente a la vitrina colgó el hábito de la Hermandad, limpió con esmero la hebilla del ceñidor. Colocó al lado, unos guantes negros de piel, junto con el tercerol y salió de la habitación… -¡Mira el calendario! ¿Ves que día es hoy?
-Sí, viernes. Está, de color rojo. ¿Es hoy…?
-Hoy, es. ¡El gran día! No pierdas detalle y disfruta. A partir de hoy ya no serás la misma…
Él, regresó a la habitación, recogió el hábito con el tercerol y los guantes. Abrió la vitrina y cogió su nueva medalla. Cuando cerraba la puerta de cristal, se quedó mirando a su antigua medalla y (cómo si pudiera entenderle) le dijo: “Amiga, éste año no te toca. Descansa, te lo mereces.” Cerró la puerta y se marchó a la calle.
Aunque era a mediados de Abril, aquella no parecía una típica tarde de primavera, el aroma profundo y gris del incienso predominaba en el ambiente.
La procesión del “ SANTO ENTIERRO ” discurría por las calles de Zaragoza, desde hacía unas horas. Tiempo en el cual ella, colgada de su cuello, tras ver diferentes imágenes de CRISTO (Triunfal, Maestro, Prendido, Atado, Flagelado, Crucificado, Muerto) comprendió su configuración, su esencia, lo que simbolizaba y representaba (Cruz, Calvario, Corona de espinas, Sudario, Lanza, etc.)
La tarde dio paso a la noche y ésta con su oscuro manto lo cubrió todo. La procesión, llegaba a su fin. Una vez colocados en la plaza, comenzaron los acordes del Himno Nacional; La imponente “Cama de Nuestro Señor”, llegó a su altura. Él, fijó la mirada en aquel rostro abatido. la ligera brisa, movía sus cabellos, sus ojos no tenían vida. Una vez más, con su muerte nos estaba enseñando a vivir.
Recapituló aquel último año, como solía hacer mirando a su CRISTO y las lágrimas recorrieron sus mejillas. En sí, no era una oración, pero que mejor plegaria, que aquella imagen. Aquel momento en el cual, Él, siempre se había sentido cara a cara con DIOS…
Una de las lágrimas cayó sobre su medalla.
aquella noche de primavera, dejó de ser “ LA NUEVA “.
LUIS SEGURA RODRIGUEZ