Foto: Conchita Estéban
Queridos amigos:
Me dirijo a vosotros para contaros mi “experiencia cofrade” desde la ciudad de la Pilarica , pues me resulta especialmente gratificante poder aportar mi “granito de arena” en esta carta.
Como bien sabéis soy de Zaragoza, y para quien no me conozca me llamo Pepe Lasala. Es cierto que me resulta muy difícil vivir tan lejos de aquello a lo que amo con todo mi corazón: mis Titulares, mi Hermandad del Cachorro, mi Sevilla Cofrade… mi Semana Santa. Puede que alguien se extrañe al leer estas frases, pero os aseguro que la devoción por mi Cachorro, por mi Señorita de Triana y por mi “Pasión Sevillana”, no entiende de kilómetros, y que ante todo me considero Cofrade Sevillano.
En cualquier caso, me resulta un gran honor contaros mis “vivencias cofrades”, las cuáles espero no os aburran demasiado.
Todo comenzó hace ya algún tiempo, el Viernes Santo de 1.982. Yo entonces era un niño. Mis padres siempre han sido grandes apasionados de la Semana Santa , sentimiento que me transmitieron y gracias a Dios, cuajó en gran medida dentro de mí. Aquel año, después de la Procesión del Santo Entierro de Zaragoza, nos dirigimos hacia la casa de mis abuelos maternos, donde conectamos el televisor para ver la Semana Santa de Sevilla. Recuerdo con gran cariño aquellas románticas retransmisiones de Televisión Española, donde las imágenes no eran de gran calidad, pero los ojos con los que las apreciábamos las convertían en perfectas.
Por supuesto, presté gran atención a aquella televisión que para mí, por aquel entonces, era mi silla en Campana y por encima de todo mi huequecito en el Altozano para ver, por primera vez, la Imagen de mi Cristo Expirante, el reflejo en el Guadalquivir a su paso de vuelta por el Puente de Triana; mi Gitano de la Cava , mi Cachorro, quien desde entonces cogió mi mano y jamás la ha soltado, quien cada día ha permanecido a mi lado y jamás me ha abandonado, quien desde aquel instante siempre ha sido mi guía, mi Padre y mi amigo.
Aquella noche casi no pude dormir. No podía borrar de mi mente su rostro… no quería hacerlo. Él me hizo sentir a Dios más cerca, y en ese momento prometí que cuando “fuese mayor” me arrodillaría ante su Cruz; así lo hice.
Fue un Domingo de Resurrección, acudí a su Besapies, posteriormente entré en la Casa Hermandad y comenté que quería hacerme hermano,…la ilusión brillaba en mis ojos. La verdad es que me dieron muchas facilidades, fueron de inmediato a buscar al Secretario a quien facilité mis datos. No os imagináis la alegría con la que regresé a Zaragoza. Desde aquel año acudo siempre a Sevilla durante la Semana Mayor. Posteriormente me hice mi túnica de nazareno y, cada Viernes Santo, tomo mi cirio para hacer la Estación de Penitencia con mis Titulares.
No quiero terminar sin dejar atrás los grandes amigos que he hecho en mi Hermandad, ni a los que han ido conmigo desde Zaragoza para ver mi Pasión Sevillana, ni a aquellos que jamás la han visitado pero cada Viernes Santo, desde la orilla del Ebro, permanecen pendientes del tiempo que acontece en la ciudad Hispalense; y esos buenos amigos como sois todos vosotros, que a los cofrades que nos encontramos en la diáspora, nos permitís cada día del año tener la Semana Santa en nuestros corazones.
¡Un fuerte abrazo desde la orilla del Ebro y que la Virgen del Pilar os guarde bajo su manto!
PEPE LASALA