VIVENCIAS COFRADES EN LA HERMANDAD DEL BUEN FIN. Pepe Lasala.


Hoy en nuestra Tertulia, estamos de enhorabuena, pues sobrepasamos la barrera de los 1.000 seguidores, así que desde aquí, os queremos dar las gracias de todo corazón por acompañarnos día a día en nuestro camino, en nuestro sentir cofrade, y en nuestra pasión, la Semana Santa. Y como dicen que de bien nacidos es ser agradecidos, para celebrarlo, queremos que presenciéis una vivencia que le ocurrió a quien aquí suscribe la tarde del pasado Miércoles Santo. Por tanto, abrid bien vuestra bolsita de los cinco sentidos para que recopiléis en ella cada uno de los detalles.

No es la primera vez que, esperando el transcurrir de una Procesión, comparto ese momento con alguien desconocido, con alguien a quien no había visto nunca anteriormente y, probablemente, jamás volveré a ver.

Era Miércoles Santo, Sevilla nos brindaba un gran día para disfrutar de las cofradías en la calle. Al atardecer y con el sol por testigo, nos dirigimos hacia la Plaza de San Lorenzo para ver pasar a la Franciscana Hermandad del Buen Fin, con su maravilloso Crucificado del mismo Nombre y, tras Él, la Virgen de la Palma, guapa entre las guapas y Reina entre las Reinas. Allí llegamos todos los tertulianos, acompañados por dos buenos amigos venidos de tierras catalanas con quienes tuvimos el placer de disfrutar aquellos días. Había gente en la plaza, pero era pronto y todavía quedaban bastantes huecos donde ubicarnos. Algunos miembros de nuestro grupo se quedaron un poquito más atrás para contemplar el cortejo con mayor perspectiva, otros avanzamos hacia delante para no perder la belleza de los primeros planos de la Cofradía. Un servidor, que en estos casos siempre lleva su cámara colgada del cuello, se disponía ya a prepararla cuando, de repente, una voz femenina que estaba en primera fila comentó dirigiéndose a mi: pasa por aquí, que desde este sitio podrás hacer fotos muy bonitas. Así que, me adelanté un poquito y, dando las gracias, sonriente me situé. Era una señora de unos cincuenta y tantos años, y se apreciaba en su rostro la ilusión que tenía de estar allí, de tener a su lado ese Cristo y esa Virgen que seguro fueron modelados con las manos de Dios. Mientras esperábamos a que llegase la Cruz de Guía, comenzó a contarme lo que esta Hermandad significaba para ella, al tiempo que yo observaba cómo se emocionaba sin dejar atrás su sonrisa. Toda su familia estaba ahí, su marido, su hija y su hijo, su cuñado, un primo…, todos participaban como nazarenos en la Cofradía. Pero para ella, verla desde fuera era lo más grande, pues se sentía más cerca de los suyos, incluyendo a su Cristo y a su Virgen. Estuvimos charlando un buen rato, así que me tendió su mano y se presentó. Se llamaba Inmaculada… no recuerdo el apellido.

Tras una grata y nutrida conversación cofrade, sentí que la plaza enmudecía, me giré hacia el lado contrario y aprecié los primeros capirotes, cuando ella, abriendo bien los ojos en señal de atención, me miró e hizo un gesto con la cabeza insinuándome un… ahí están.

En silencio los dos, y con el corazón emocionado, nos dispusimos a ver la Procesión.