Hoy en nuestra Tertulia,
queremos mostraros un pasaje del Evangelio a través de uno de los Misterios que
participan en la Semana Santa
sevillana, “El Traslado al Sepulcro”. Este Misterio, pertenece a una Hermandad
fundada a mediados del pasado siglo por el gremio de hosteleros de Sevilla, y
aunque su nombre completo es el de Real,
Muy Ilustre y Venerable Hermandad del Santísimo Sacramento, Inmaculada
Concepción, Animas Benditas y Cofradía de Nazarenos del Santísimo Cristo de la Caridad en su Traslado al
Sepulcro, Nuestra Señora de las Penas y Santa Marta, popularmente se le conoce
como “La Hermandad
de Santa Marta”, siendo ésta la patrona del gremio de hostelería. Varios
miembros de este gremio, fueron quienes costearon en su día cada una de las
Imágenes que figuran sobre el Paso. Pero antes de nada, quiero contaros una
bonita historia, llena de Fe y emoción, que envuelve a esta Hermandad cada
Semana Santa. Durante la estancia en la ciudad del periodista Iñaki Gabilondo
debido a su compromiso laboral con Radio Sevilla en la Cadena SER , allá por los años
70, su esposa atravesaba una delicada enfermedad. Una tarde, al salir él de su
trabajo, pasó por la puerta de una Iglesia, sintiendo la necesidad de entrar.
Allí estaba expuesto el Misterio del Traslado al Sepulcro. Al día siguiente,
envió un ramo de rosas rojas a la
Hermandad , de las cuáles una se dispuso bajo la mano derecha
del Cristo de la Caridad. Desde
entonces, cada año, el periodista sigue entregando una rosa a la Hermandad.
“Después de todo esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, pero secretamente
por miedo de los judíos, rogó a Pilato que le permitiese llevarse el cuerpo de
Jesús; y Pilato se lo concedió. Entonces vino, y se llevó el cuerpo de Jesús. También Nicodemo, el que antes había visitado
a Jesús de noche, vino trayendo un compuesto de mirra y de áloes, como cien
libras. Tomaron, pues, el cuerpo de Jesús, y lo envolvieron en
lienzos con especias aromáticas, según es costumbre sepultar entre los judíos. Y en el lugar donde había sido crucificado, había un
huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, en el cual aún no había sido puesto
ninguno. Allí, pues, por causa de la preparación de la pascua
de los judíos, y porque aquel sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús”. (Juan: 19:38-42)
Fue un Lunes Santo… Sí, fue
un Lunes Santo. Sevilla, atardecía regada por un cielo bañado de nubes gris
marengo que ocultaban el sol primaveral de la ciudad. Todo olía a tierra mojada.
Bajo paraguas de colores, la gente corría de un sitio a otro para refugiarse de
aquel inmenso chaparrón. Llegamos a la puerta de la Iglesia de San Andrés,
todavía estaba cerrada, pero sin embargo, se disponía amurallada por tus
devotos, quienes te esperaban incondicionales para verte. Merecía la pena
mojarse, merecía la pena esperar aquella interminable fila, merecía la pena
cualquier cosa por poder estar a tu lado unos minutos. Pasado un tiempo, las
puertas se abrieron y el gentío fue avanzando lentamente hacia ti, algo que nos
permitió llegar hasta ese “Santo Escenario” en el que eras trasladado a un
Sepulcro. Allí estabas, Cristo de la
Caridad , sobre un lienzo inmaculado sostenido por Nicodemo en
la parte en la que tus pies descansaban, y por José de Arimatea a tu espalda.
Dos mujeres ayudaban allí donde caían tus brazos; una a tu diestra, María
Magdalena, y Salomé a tu siniestra. Mientras Juan intentaba consolar las penas
de tu Madre, María Cleofás te miraba fijamente envuelta en su tristeza. Marta,
mujer de Fe cercana a ti, la que te atendió en su propia casa y fue tu
anfitriona, también estaba allí. Tus ojos dormían despiertos, mientras tu
cabeza se ladeó dando testimonio de tu descanso. De repente, una gota de
sangre, la que diste por nosotros, se deslizó desde tu mano cayendo sobre un
jardín de lirios morados. Allí, como si de una semilla se tratara, floreció una
rosa roja, una “Rosa de Pasión” que manifestó aquello de lo que nos hablaste:
el triunfo de la vida sobre la muerte.