SEPTIMA PALABRA. Pepe Lasala.

La ciudad se presentaba en pleno reposo, disfrutando de ese letargo entre la mañana y la tarde en el que el sol aprovecha para manifestarse con fuerza sobre el asfalto. La plaza permanecía en silencio, mientras la puerta de la Basílica me abría sus brazos invitándome a entrar.

Una vez en su interior, pasé primero por la capilla, ese rincón tan especial que, con tronío y alma baturra, tu Madre preside sobre aquel Pilar Sagrado ante el que tantos y tantos corazones se encomiendan cada día.




Sabía que me esperabas, y con un "pellizco" en el estómago fui avanzando por las naves del Templo hasta llegar a ti. Me rendí a tus plantas, y buscando en tus heridas encontré que cada capa de tu piel contenía el amor de Dios hecho Hombre. Cuentan por aquí... que "naciste" de las manos de un escultor sevillano, pero tan sólo con verte me bastó para intuir cómo María tomó un clavel de su jardín, y otorgándole un maternal beso, lo lanzó hacia esta tierra para que Tú florecieras a la imagen y semejanza del Padre. 

Alcé la vista y me encontré con tu mirada; casi sin darme cuenta empecé a rezar, a pedir, a agradecer... te empecé a sentir. Noté que me hablabas, que me acogías, que a pesar de aquellos clavos que te aprisionaban de pies y manos contra un madero en forma de Cruz, tu corazón sonreía; noté que mis cinco sentidos se perdían entre el tiempo y el espacio al estar cerca de ti. ¡Noté tu calor!

Aunque todo para mi se había detenido por completo, las manecillas del reloj avanzaban como si de una carrera se tratara, así que con un nudo en la garganta y el alma llena de ti me despedí pidiéndote que me dejases volver a verte. Me marché por el mismo camino por el que hasta ti había llegado, atravesando las naves del Templo, pero en esta ocasión lo hice en sentido inverso. Fue entonces cuando comprendí tu misión aquí, cuando entendí el por qué, cuando supe que desde esa Cruz vas a ser centro de gracias y peticiones, de ofrendas y confesiones, de Oraciones tempranas con lágrimas de esperanza que reposarán sobre ti cada Viernes Santo cuando, a la hora nona, tus cofrades silencien el eco de sus tambores para sentir de tus labios aquella Séptima Palabra, la misma que se escuchó en el Gólgota hace más de dos mil años: "Padre, en tus manos encomiendo mi Espíritu".

Dedicado a la Cofradía de las Siete Palabras y de San Juan Evangelista de Zaragoza en su LXXV Aniversario Fundacional. 




"In manus tuas commendo spiritum meum"