MANTILLAS DE UN JUEVES SANTO. Pepe Lasala..


Es Jueves Santo en Sevilla. La ciudad amanece adornada por su expresión popular. Un revuelo de mantillas se apodera dulcemente de sus calles y plazuelas; abanico de peinetas que se despliega en San Gil, La Anunciación, El Santo Ángel, La Magdalena, El Salvador, Triana, La Macarena… Templos visitados por multitud de hombres y mujeres. Ellas, lo hacen de una forma especial. Se han levantado temprano, los nervios de este día han sido el enemigo del descanso nocturno, pero la devoción y la ilusión puede con todo. Al compás de la amanecida, se retocan suavemente mientras en su pelo conforman un hermoso recogido. Vestido negro, zapatos y medias del mismo color, cumplirán el protocolo requerido para la ocasión. Frente al espejo, lanzan su mirada una y otra vez, con timidez y modestia, pero sin dejar de lado su coquetería. Llega el momento crucial, todo un rito para ellas; con cariño, dulzura, y el más preciso cuidado, otras manos femeninas, las manos de alguien de su círculo más íntimo, colocarán la mantilla y la peineta cual imposición de su corona a una Reina. Un broche final, herencia de algún querido antepasado, dará brillo y esplendor a ese negro luto que, con Rosario y bolso de mano, iniciará un largo itinerario matutino de Capilla en Capilla, con tentempié de por medio, que culminará por la tarde en los Santos Oficios.





Su sueño se hizo cumplir,
y esa niña sonrosada
que en el patio de su casa
a las muñecas jugaba
mientras el sol reflejaba
su rostro en el Guadalquivir…
a su niñez puso fin;
es ya una joven coqueta
tiene piel color canela
dieciocho primaveras
y viste mantilla negra
al llegar el mes de Abril.